Tablas de Visitación
Días de Recordación

Natalicio del Báb

¡En el nombre de Aquel que ha nacido en este día, a Quien Dios ha investido como el Heraldo de Su Nombre, el Todopoderoso, el Amoroso!

Esta es una Tabla que hemos dirigido a esa noche en la que los cielos y la tierra fueron iluminados por una Luz que derramó su fulgor sobre la creación entera.

¡Bienaventurada eres, oh noche!, pues por ti nació el Día de Dios, Día que hemos destinado como lámpara de la salvación para los habitantes de las ciudades de los nombres, cáliz de la victoria para los paladines del ruedo de la eternidad y punto de amanecer de dicha y alborozo para toda la creación.

Inmensamente exaltado es Dios, Hacedor de los cielos, Quien ha hecho que este Día proclame ese Nombre por el cual se han rasgado los velos de la ociosa fantasía, se ha disipado la niebla de la vana imaginación y Su nombre “Quien subsiste por Sí mismo” ha resplandecido en el horizonte de la certeza. Por Ti se ha roto el sello del vino selecto de la vida eterna, se han abierto las puertas del conocimiento y la expresión ante las gentes de la tierra y se han esparcido las fragancias del Todomisericordioso por todas las regiones. ¡Toda gloria sea para esa hora en la que ha aparecido el Tesoro de Dios, el Todopoderoso, el Omnisciente, el Sapientísimo!

¡Oh concurso de la tierra y del cielo! Ésta es esa primera noche que Dios ha convertido en señal de esa segunda noche en la que nació Aquel a Quien ninguna loa puede ensalzar adecuadamente ni atributo alguno describir. Bienaventurado quien reflexione sobre las dos: Ciertamente, hallará que la realidad exterior de ambas coincide con su íntima esencia, y llegará a conocer los misterios divinos atesorados en Su Revelación, una Revelación mediante la que se han sacudido los cimientos de la incredulidad, se han destrozado los ídolos de la superstición y se ha desplegado la enseña que proclama «No hay Dios sino Él, el Poderoso, el Exaltado, el Incomparable, el Protector, el Fuerte, el Inaccesible».

Esta es la noche en que se esparció la fragancia de la cercanía, se abrieron de par en par los portales de la reunión del final de los días, y todas las cosas creadas se sintieron movidas a exclamar: «¡El Reino es de Dios, el Señor de todos los nombres, Quien ha llegado con una soberanía que abarca al mundo!» Esta es la noche en que el Concurso de lo alto celebró la alabanza de su Señor, el Exaltado, el Gloriosísimo, y las realidades de los nombres divinos ensalzaron a Aquel que es el Rey del principio y del fin en esta Revelación, una Revelación por cuya potencia las montañas se han dirigido presurosas hacia Quien es el Suficiente, el Altísimo, y los corazones se han vuelto hacia el semblante de su Bienamado, y las hojas se han movido por las brisas del anhelo, y los árboles han alzado su voz en gozosa respuesta al llamamiento de Aquel que es el Libre, y la tierra entera ha temblado de anhelo en su deseo de reunirse con el Rey Eterno, y se han renovado todas las cosas por aquella Palabra oculta que ha aparecido en este magno Nombre.

¡Oh noche del Munífico! Vemos en Ti, en verdad, al Libro Madre. ¿Se trata en verdad de un libro, o más bien de un niño concebido? ¡No, por Mí mismo! Esas palabras pertenecen al dominio de los nombres, en tanto que Dios ha santificado a este Libro por encima de todos los nombres. Mediante él se han revelado el Secreto oculto y el Misterio atesorado. ¡No, por Mi vida! Todo cuanto se ha mencionado pertenece al dominio de los atributos, en tanto que el Libro Madre permanece supremo sobre éste. A través de él han aparecido las manifestaciones de «No hay Dios sino Dios» sobre todos ellos. No; aunque se han proclamado tales cosas a todas las gentes, a juicio de tu Señor, nada que no sea Su oído es capaz de oírlas. ¡Bienaventurados los que están bien afianzados!

Entonces, la Pluma del Altísimo exclamó atónita: “¡Oh Tú, que estás por encima de todos los nombres! Te conmino, por Tu poder que abarca los cielos y la tierra, a que me dispenses de mencionarte, por cuanto yo mismo he sido creado en virtud de Tu fuerza creadora. ¿Cómo puedo entonces narrar lo que ninguna cosa creada es capaz de describir? Empero, juro por Tu gloria, si proclamara aquello que me has infundido, la creación entera moriría de alegría y éxtasis, ¡y cuánto más sobrecogida estaría por las olas del océano de Tu expresión en este muy luminoso, exaltadísimo y trascendente Lugar! Exonera, Señor, a esta Pluma vacilante de magnificar un estado tan augusto, y trátame con misericordia, oh Poseedor y Rey mío. Pasa por alto entonces mis transgresiones en Tu presencia. En verdad, Tú eres el Señor de la munificencia, el Todopoderoso, Quien siempre perdona, el Generosísimo”.

Bahá’u’lláh

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