¡Oh Dios, mi Dios! Glorificado seas por cuanto me has guiado al horizonte de Tu Revelación, me has iluminado con los esplendores de la luz de Tu gracia y misericordia, has hecho que declare Tu alabanza y me has dejado contemplar lo que ha sido revelado por Tu Pluma.

Te suplico, oh Tú que eres el Señor del reino de los nombres y el Hacedor de la tierra y el cielo, por el susurro del divino Árbol del Loto, y por Tu dulcísima expresión, que ha embelesado las realidades de todas las cosas creadas, que me alces en Tu Nombre en medio de Tus siervos. Soy aquel que, de día y de noche, ha deseado permanecer ante la puerta de Tu generosidad y personarse ante el trono de Tu justicia. ¡Oh Señor! No alejes de Ti a quien se ha aferrado al cordón de Tu cercanía, ni apartes a quien ha dirigido sus pasos hacia Tu muy sublime posición, la cumbre de la gloria y el supremo objetivo, esa posición en la que cada átomo exclama en la lengua más elocuente: «¡La tierra y el cielo, la gloria y el dominio son de Dios, el Todopoderoso, el Todoglorioso, el Más Generoso!»

Bahá’u’lláh

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